Época: Arte Antiguo de España
Inicio: Año 25 A. C.
Fin: Año 350

Antecedente:
La ciudad romana de Mérida

(C) José María Alvarez



Comentario

Las investigaciones sobre el urbanismo emeritense constituyen actualmente, por las incógnitas que se plantean al encontrarse la ciudad actual superpuesta a la antigua, una de las empresas más atrayentes que tiene ante sí el arqueólogo local.
Dos teorías fundamentales se han formulado acerca del recinto urbano hasta ahora. Una de ellas, sustentada por Schulten y seguida por Mélida, Gil Farrés, García y Bellido, etc., y otra que explicó Richmond.

Según la primera, Emerita habría contado con un recinto inicial, cuyos límites habrían sido la Puerta del Puente y la Puerta de la Villa para el decumanus maximus y los arcos de Trajano y Cimbrón para el kardo maximus. Dentro de estos hipotéticos límites, obtenidos esencialmente del plano de las cloacas de la red colonial publicado por primera vez por Macías, Schulten asigna al recinto unas dimensiones de 350 x 350 metros, configurándose por tanto un esquema de urbs quadrata, muy en consonancia con las rígidas concepciones urbanísticas de la época. Con posterioridad, dentro de los mismos esquemas, habría ocupado una superficie de 700 x 700 metros, es decir, 49 ha.

Para Gil Farrés, el recinto fundacional habría tenido 28 ha, mientras que en el Bajo Imperio esta superficie habría sido de 84 ha, el triple de la primitiva.

Para García y Bellido, el recinto primitivo fue un rectángulo de 400 x 700 metros (28 ha), que formaba un reticulado de 32 insulae, para alcanzar en su máximo período de extensión 80 ha. Esta teoría del recinto fundacional, con ampliaciones posteriores, ofrece serios inconvenientes. Hay que decir, en primer lugar, que los límites asignados para el decamanus maximus son acertados, pero no los del kardo. El denominado Arco de Trajano, nombre puramente arbitrario asignado por el elemento popular emeritense, no es una puerta de la ciudad como la han considerado los teorizantes del recinto fundacional, sino un arco, ubicado, como tantos otros, sobre una de las viae más importantes de la ciudad, cuyo carácter y función es fácil de determinar. Su estructura es sencilla, con un núcleo de hormigón y un paramento de sillares que, a su vez, recibieron un revestimiento de lastras marmóreas, que se conservan en su base, hoy no visible. Destaca la concepción de su bóveda, pétrea, con dos series de dovelas sobre las que se establecen sillares monolíticos, lo que emparenta al arco con diversos planteamientos de la arquitectura de la parte oriental del Imperio. Era de un solo vano, con otras dos pequeñas aberturas laterales, igualmente de medio punto.

Fue el historiador local, Fernández y Pérez, el primero en considerarlo como límite de una calle principal que concluiría en el Arco de Cimbrón. La hipótesis fue aceptada por Plano, quien llegó, incluso, a afirmar que sobre el kardo hubo otro arco, quizá de ingreso al foro desde la calle. Macías se debate entre considerarlo arco de triunfo o parte de un suntuoso edificio, mientras que Mélida se inclinó a interpretarlo como puerta monumental.

Se trata a nuestro juicio, como ya intuyera en su día Almagro Basch, de una simbólica puerta de acceso a un recinto, en este caso un templo de culto imperial, cuyas ruinas descubrimos en 1983 al final de calle Holguín. Es, por tanto, un caso más de los varios que conocemos en el mundo romano: Arco di Via di Pietra, que daba acceso al templum divi Hadriani, o arcos del Iseo Campense, entre otros.

Por otra parte, el pretendido Arco de Cimbrón pudo haber existido, pero nunca, como el referido Arco de Trajano, hubo de tener el carácter de puerta del recinto murado, sino, como en el caso del anterior también, el de entrada a un recinto, el foro en ese caso.

Examinadas las razones que impiden, según nuestra opinión, pensar en la posibilidad de que hubiera podido existir un recinto fundacional, pasamos a exponer brevemente la teoría que nos parece más acertada, la que considera que la ciudad romana se trazó toda de una vez, dejando dentro del recinto unos espacios vacíos, que con el tiempo irían siendo ocupados a medida que las necesidades derivadas del auge de la ciudad lo precisaran.

Fue, como hemos adelantado, Richmond, uno de los más expertos conocedores de su tiempo de la topografía y el urbanismo romanos, quien la formuló, al considerar que el caso de Mérida no es igual al de Turín o Aosta, claros ejemplos del sistema castramental. Como puntos de apoyo de sus atinadas observaciones, se fijó en que el Anfiteatro, del año 8 a. C., se apoyaba en la cerca murada, por lo que ésta era lógicamente anterior, y en que la conducción de Cornalvo, que él consideraba augustea con razón, iba establecida en buena parte, en su recorrido meridional, sobre la muralla.

A estas observaciones se podrían añadir otras más como la posición del foro municipal, de primera época, las áreas de necrópolis, etc.

Como puede apreciarse, Emerita fue un ejemplo más dentro de las ideas urbanísticas del período augusteo, que concebían una planificación con amplia idea de futuro, a lo grande desde el principio, dejando espacios sin construir que luego serían ocupados con el devenir de los siglos.